La Dieta del Alma
LECCIÓN 2
Yo Delgado, te presento al Yo No Delgado
La lección de hoy requiere que conozcas y aprendas a amar aquella parte
de ti que come en exceso.
En tu interior conviven aspectos diferenciados, igual que hay distintos
tonos de azul: azul celeste, que está mezclado con blanco; azul oscuro, que está
combinado con negro; y también azul violeta, que es azul mezclado con rojo.
Todos son azules, pero cada uno adopta una tonalidad distinta. Lo único que
tienen en común es el color base.
Lo mismo sucede en tu caso. Al igual que todos nosotros, eres un sei
multidimensional. Posees muchas facetas distintas que habitan tu psique
simultáneamente. Esos distintos «yoes» forman parte de un mosaico que
conforma la totalidad de tu ser.
Está el yo cuya identidad básica se mezcla con un corazón radiante y una
autoestima alta; así eres cuando te sientes alegre, sana y triunfal. Y después
está el yo cuya identidad básica se mezcla con los traumas y la baja
autoestima; así eres cuando actúas de forma neurótica, compulsiva, adictiva.
Esas distintas partes tuyas tienen algo en común: tú misma, que te manifiestas
de muchos modos distintos dependiendo de multitud de factores y
experiencias que afectan a tu vida.
Tal vez ciertas facetas de tu personalidad se expresen de forma arfe inoniosa, serena y cariñosa, mientras que otras se muestran frenéticas y temerosas, Todo el mundo posee atributos diversos entremezclados; pocas personas son totalmente perfectas o del todo imperfectas. Sin embargo, la existencia de facetas imperfectas no implica que éstas sean malas; son simplemente partes tuyas que han sufrido daños. Y lo que te ha perjudicado, de un modo u otro, ha sido el propio miedo.
Para la persona que come en exceso, el alimento representa la zona donde el espíritu del miedo ha infectado el sistema nervioso, como un virus que hubiera embrollado las distintas funciones de un bioordenador y lo hubiera dañado. En otros aspectos de tu vida tal vez seas competente, feliz, o incluso hayas triunfado. No obstante, en lo que concierne a la alimentación —un aspecto fundamental de la vida saludable— es como si los cables del cerebro se te hubieran enredado. Lo pernicioso te parece bueno, y lo saludable, aburrido. Cuando el cerebro registra como sedante algo en realidad dañino o el apetito físico ansia algo que el cuerpo en el fondo no quiere, la confusión generada entre las distintas señales es tan grave que la mente racional por sí sola no puede disiparla.
Nuestra lección de hoy provocará una transformación milagrosa de cierta parte tuya; no mediante un gesto de negación sino de aceptación. Requiere que aprendas a amar a tu Yo No Delgado, pues éste ha nacido del miedo; y el pánico, en tanto que ausencia de amor, no es sino una súplica de cariño. El temor jamás podrá transformar esa expresión de ti misma que constituye la manifestación de tu miedo. Por ende, los milagros sólo se producen en presencia del amor.
Y el camino para transformar una disfuncionalidad pasa por tratarla de manera funcional. En tu caso, la única función auténtica es el amor. Cuando te hayas encomendado al espíritu del amor, cuando hayas dejado que la Mente Divina penetre en las cámaras acorazadas de tu corazón, cuando hayas abierto los ojos a la oscuridad que reina en tu interior y la luz empiece a brillar al fin, el miedo se disipará. Y a medida que el espíritu del temor se diluya en el interior de tu conciencia, el amor te sanará, cuerpo y alma.
Tú eres tú, tanto si te alimentas bien como si comes en exceso. Sin embargo, cuando comes bien, expresas amor hacia ti misma. En cambio, cuando te atiborras, manifiestas miedo. El amor aleja el temor igual que la luz ahuyenta la oscuridad. Las células grasas se desharán para siempre cuando actúe la fuerza del cariño.
Todas las reacciones del Yo No Delgado nacidas del temor sólo servirán para mantener la grasa en su lugar. Si el milagro que andas buscando es acabar de una vez por todas con los kilos de más, la liberación requiere que aprendas a amar todos y cada uno de los aspectos de ti misma, incluido ese yo al que tanto odias.
Por muy contradictorio que parezca, será tu capacidad de amar al Yo No Delgado la que provocará su desaparición. Él no ha pedido estar ahí; no se siente cómodo. Su presencia ha sido requerida por ti, nadie sino tú lo ha invocado. Cuando lo conviertas en un aliado en lugar de considerarlo tu enemigo, quedará eclipsado por tu verdadero ser. Es, literalmente, la expresión de un fantasma, un pensamiento malsano al que tu mente inconsciente ha dado forma. Pero ante el amor, o la realidad última, ese doble no es nada.
¿Nada...? ¿Cómo es posible? ¿Cómo se explica que tu problema sea nada? En esa pregunta radica el secreto de los milagros: el pánico queda reducido a cero ante el poder de Dios. El amor es lo único real porque procede de Dios, mientras que el temor es irreal en último término porque no surge de Él.
En presencia del amor de Dios, los espejismos desaparecen.
Los ojos físicos sólo perciben la realidad material, y ésta no es sino un sueño de la mente mortal. Tu mirada espiritual ampliará tu percepción a la verdad que se extiende más allá del mundo físico. Y tú posees el poder de transformar aquello que veas allende este mundo. A medida que aprendas a atisbar a tu yo perfecto —y comprendas que lo es porque existe en la mente de Dios—, tu mundo mortal comenzará a reflejar idéntica perfección. La clave para la transformación radica en desarrollar la mirada espiritual, porque en cuanto tus ojos reflejen la luz, la oscuridad se disipará.
Tal vez tu problema se manifieste en el plano corporal, pero se resolverá en el espiritual. Aprender a considerar las dificultades en términos espirituales te ayudará a superarlas porque liberará el poder de tu espíritu y le permitirá trabajar a tu favor. Cuando descubras cómo sintonizar tus pensamientos con la verdad espiritual, entrarás en una dimensión donde nada salvo el amor puede tocarte. El miedo se tornará inoperativo y tu compulsión habrá desaparecido.
Por fuerte que sea tu tendencia a comer en exceso, es impotente ante el poder de la Divinidad. Las energías y las experiencias que te llevaron a desarrollar una relación disfuncional con la comida son insignificantes ante la voluntad de Dios. En cuanto reivindiques la totalidad de tu verdadero ser, todo aquello que te limita simplemente se desvanecerá.
La lección de hoy consiste en resolver la relación entre la parte tuya que se alimenta de forma racional y la que come de manera disfuncional. No hablamos de dos entes aislados, sino de dos aspectos de una misma mente. Y no podrás separarlos a la fuerza, sino sólo a base de amor.
Esas dos facetas tuyas se manifiestan como el Yo Delgado y el Yo No Delgado. Son distintas tanto en el plano energético como en el físico. El Yo Delgado es bello al estilo del siglo xxi, por lo que tu mente consciente quiere habitarlo. El Yo No Delgado también es hermoso, aunque de un modo algo anticuado. Ninguna faceta del Yo No Delgado puede considerarse intrínseca u objetivamente carente de atractivo, y es importante que lo comprendas. Tu doble no es fea; es igual a ti, sólo que lleva un abrigo puesto, una prenda que preferirías quitarte.
Considerar feo un aspecto de ti misma supone cometer un abuso hacia tu propio ser, y es probable que reacciones a la herida infligida... digamos que... buscando algo para comer.
Como es evidente, este conflicto te instala en un círculo vicioso de odio y autosabotaje que en ciertos momentos consigues controlar pero que nunca llegas a resolver del todo. Lo que quieres es quitarte el abrigo, no ponerte otro encima.
A lo largo de esta lección, te ayudaremos a reconciliarte con el Yo No Delgado. Ese doble no es tu enemigo, sino sólo una parte tuya no integrada, un aspecto tuyo que pide ser reconocido y escuchado. Cuando aprendas a amarlo adquirirás la capacidad de consolarlo. «Pensaba que si me ponía este abrigo sería lo bastante grande como para que te lijaras en mí», te dice. Y, reconócelo, tiene toda tu atención.
Como es comprensible, albergas sentimientos ambivalentes hacia la idea de entablar una relación consciente con el Yo No Delgado, puesto que temes que, si aceptas esta parte tuya, le estarás dando permiso para quedarse. Tu reacción natural tal vez sea pensar que, si la reconoces, reforzarás su presencia. ¿En qué me puede ayudar acercarme a aquello que más ansio perder de vista? Sin embargo, sólo cuando le hagas un lugar se avendrá a marcharse.
La idea de aceptar una parte de nosotros mismos que a priori rechazamos tal vez suene extraña, pero el Yo No Delgado seguirá contigo en tanto no se sienta escuchado. Tal vez detestes su expresión física, pero sin duda debes atender el mensaje que te trae. Simplemente está aguardando a que lo oigas antes de partir. Una vez que hayas reconocido a esa parte tuya que te has acostumbrado a ignorar, se disolverá en la nada de la que procede. No te dejará hasta que te ames a ti misma. A todo tu ser. Incluido tu doble. Y punto.
¿Acaso un padre ama menos al niño problemático que al obediente? Aceptar al Yo No Delgado no implica consentir su peso; sólo requiere hacerle un lugar. Y al hacerlo, admites la totalidad de tu ser. Como una parte tuya que es, el Yo No Delgado no ansia sino la armonía con el resto de tu persona. Cuando se sienta acogido, se convertirá en aquello que es en realidad. Se fundirá en la configuración de tu yo funcional que, entre otras cosas, habita un cuerpo físico ideal.
Parte de tu conflicto interno se debe a que, si bien tu mente consciente desdeña al Yo No Delgado, tu inconsciente se siente a gusto en él. En el plano inconsciente, tal vez te encuentres más cómoda en un cuerpo grande. Hay algo que tú te permites cuando te manifiestas como tu Yo No Delgado. En ocasiones, éste tiene la sensación de ser el autén-tico.
Conscientemente, piensas que el Yo Delgado es el verdadero y relegas al otro a la categoría de impostor; pero para tu inconsciente, el Yo No Delgado es el auténtico mientras que el otro, un mero usurpador.
Todos ansiamos la experiencia del amor, y tú has acabado por considerar la alimentación como un acto de amor hacia ti misma, aunque comas de un modo que te perjudica. Cuando te das un atracón —algo que, bien lo sabes, está lejos de ser un verdadero acto amoroso, dado que acaba por resultar autodestructivo—, te sientes nutrida en el plano emocional, aunque sólo sea por un instante. Un deseo inconsciente de amor se convierte así en un acto de odio. Si transformas esa dinámica —y aprendes a satisfacer tu necesidad de amor con amor—, dejarás de buscar en la comida algo que no puede darte.
Desarrollarás hábitos nuevos. Cuando estés a punto de llevarte algo a la boca que sepas perjudicial, ya sea en cantidad o en cualidad, te amarás a ti misma demasiado como para consumar el gesto; te detendrás, respirarás profundamente y sentirás cómo el cariño penetra en ti. El amor viajará por tu garganta e impregnará cada célula de tu organismo para sanarlo y devolverlo al orden divino. Este proceso te reducirá literalmente el estómago, porque reconstruirá y reparará tu apetito físico.
Acabas de iniciar una nueva relación con la parte tuya que tenía prohibida la entrada a tu corazón. Pues al impedirle el paso a tu alma, la relegaste a tu cuerpo. Y a menos que ahora la dejes entrar, seguirás afrontando los conflictos como lo vienes haciendo durante años: recurriendo a la comida igual que otras personas acuden a la bebida o a las drogas.
Saber que otras adicciones se pueden guardar en secreto, al menos durante un tiempo, exacerba tu dolor. La tuya no, lo que hace que te detestes aún más, algo que, a su vez, incrementa el conflicto, lo cual te lleva a comer más, con lo que aumentas de peso y tu sufrimiento se acrecienta... hasta que Dios entra en escena.
Esta lección te enseña a crear un vínculo honorable con un aspecto particular de ti misma, el Yo No Delgado, basado no en el rechazo sino en la estima. A medida que entables la relación necesaria para reintegrar una parte tuya de la que no puedes renegar en cualquier caso, te pondrás al mando. Aquello que no se ama no se comprende. Y con algo que no se comprende no se puede negociar.
Aprendiendo a amar al Yo No Delgado, trayéndolo de vuelta a tu círculo de compasión, recuperarás el control de tu vida. El amor aportará armonía a tu reino interior.
Ese aspecto tuyo ha crecido más y más para atraer tu mirada. Está intentando decirte algo. No se marchará a menos que lo aceptes por lo que es. Una vez que se sienta acogido en tu corazón, obedecerá automáticamente a tu deseo de que cambie de apariencia.
En términos metafísicos, llamamos a ese proceso transfiguración. Tu objetivo no es expulsar a una parte tuya sino abrirle paso. En el mismo instante en que se sienta psíquicamente reintegrada en tu espíritu, perderá la necesidad de manifestarse en el plano físico.
Cuando estamos enfadados con alguien, nos cuesta mucho decirle: «Te quiero, te quiero», y ya está, todo queda olvidado. A veces hace Ialta expresar el disgusto antes de poder perdonar al otro. ¿Cómo amar a ese Yo No Delgado cuando en alguna parte de tu corazón le guardas rencor?
El libro Un curso de milagros afirma que los prodigios nacen de la comunicación plena, por ambas partes. No tiene sentido fingir que te va a resultar fácil amar al Yo No Delgado dada la magnitud del dolor, vergüenza, fatiga y odio que te ha infligido. Tal vez, en el plano intelectual, aceptes que no es sino una manifestación de tus propios pensamientos, pero ese tipo de revelación, por sí sola, no lo hará desaparecer.
Por eso, a continuación vas a iniciar un diálogo con tu Yo No Delgado basado en la sinceridad y la transparencia. Una parte tuya se ha disociado del resto. Esa disociación te ha conducido a una profunda distinción, puesto que tu doble actúa contra los intereses del original. Ha llegado la hora de reintegrar la distintas partes de ti misma, con el objeto de poner fin a la batalla que se libra en tu interior. Ha llegado la hora de escribir un par de cartas. Es el momento de hacer las paces.
Después de pedirle a la Mente Divina que te guíe en el proceso, busca un lugar tranquilo. Ahora, visualiza al Yo No Delgado plantado ante ti. Inicia un diálogo con él. Abre el corazón y deja que se despliegue un proceso de comunicación entre esos dos aspectos de ti misma.
Tu tarea consiste en expresar tu verdad... decirle a tu Yo No Delgado cómo te sientes en realidad... tu sensación de que ha arruinado tu felicidad... incluso lo mucho que lo odias, de ser el caso. Incluye frases parecidas a «te odio, sal de mi vida».
Esta carta no tiene que verla nadie más que tú, pero es importante que la redactes. No la escribes con el fin de atacar al Yo No Delgado sino sólo para comunicarte con él... para iniciar un diálogo que te permitirá expresar pensamientos que están ahí y que, de permanecer ignorados, invadirían tu sistema en forma de toxinas.
Aunque el objetivo del ejercicio es poner fin al odio que te inspira el Yo No Delgado, no llegarás a amarlo sin antes reconocer lo que representa. Cuando le hayas manifestado tu verdad y le hayas permitido responder, descubrirás una realidad fundamental: no te está pidiendo comida, sólo te suplica amor.
Al igual que hiciste en el ejercicio de los ladrillos del muro, no tengas prisa en acabar ni te guardes nada dentro. Dile la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad.
A continuación podrás leer la carta que una mujer llamada Beatrice escribió para comunicarse con su Yo No Delgado:
Querida culo gordo: Sé que tus michelines y tus cartucheras no son sino marcas de batalla, huellas de tu trayectoria, de sucesos que quedaban fuera de tu control acaecidos mucho tiempo atrás. La herencia de la niña que vivió cosas malas. Todo eso. La historia. Los acontecimientos. Pero ahora, tú eres el acontecimiento. Él ya no tiene ningún control sobre tu vida, Gordita. La pizza con doble de queso y los nachos ya no son el centro de todo. Tú eres el centro de todo. Celebra el coraje que te presté, yo, tu Ser Delgado, hace mucho tiempo, cuando te levantaste y le escupiste a la cara. Celébralo con sostenes sexys y aquella minifalda impresionante que lleva colgada en el armario desde 1992; celébralo con paseos en bicicleta, escaladas en la montaña y largos en el mar. No abriendo el frigorífico a cada hora con la intención de que el Yo Gordo se sienta mejor en mitad de la noche. Él ya no puede hacerte nada. Te aseguraste de eso hace años. Lo hicimos juntas. ¡Deja el tenedor y disponte a luchar! ¡Renuncia a la hamburguesa con queso y sal a caminar por los preciosos bulevares de Hollywood! Recorre las calles y disfruta de la música, sigue las huellas de Bob Dylan, escucha a Bono y reduce tus caderas! ¡Estoy aquí! ¡Te estoy esperando! Me estoy hartando, Gordita. Los neumáticos son para los coches, no para la cintura. ¿Cómo vas a erguirte orgullosa si te sobran 20 kilos?
¿Cómo vas a aprender a bailar disfrutando del proceso si no aguantas más de dos horas con esos tacones?
No estoy enfadada contigo. Sólo me estoy impacientando. Quiero que vivas la vida en toda su plenitud, sin tener que disculparte a cada paso, con la cabeza alta y una sola barbilla. El guerrero que llevas tanto tiempo buscando está aquí, en tu interior. Yo estoy aquí. Yo soy tú.
Deja que tome el mando. Soy más fuerte de lo que él nunca llegó a ser. Y soy más fuerte que tú.
Di «sí» a los veranos en bikini y a una vida larga y radiante.
Di «no» a la pasta y a los pasteles. O, quizá... sólo un bocado.
Amor, siempre, con talla grande o con la mini, ¡pero vamos allá! Beatrice Baddas, Delgada
Tras haber redactado la carta al Yo No Delgado, deja que te conteste. Pídele que te escriba lo que quiere decirte. Tu inconsciente posee el mensaje que debes escuchar y conoce las imágenes que necesitas ver. Escúchalo con atención, y escribe aquello que encuentres en su interior. Las respuestas están ahí.
Beatrice lo hizo así:
Querida flacucha, Que tej...
No es fácil, querida. Meter 80 kilos en unos téjanos que apenas te puedes abrochar es un reto diario. Ya conozco las respuestas. Estoy pasando un mal momento, ¿vale? Sé que en realidad no soy una elefanta. Dejando aparte este millón de kilos de tristeza y de miedo, tan poco favorecedores, que se acumulan sin piedad en mi culo, caderas y estómago, soy una faquir. De verdad. Una flor de loto suspendida a tres pies del suelo que hace saltos mortales mientras sostiene con gracia facturas-compras-pagos del cochevida. Pero resulta que, por el momento, soy una faquir grande, atascada en el planeta Tierra, pegada al suelo. Las piruetas son un sueño lejano. Pero... te he oído. Sé que él ya no está. Sólo me está costando un minuto (treinta años) darme por enterada, dejar de reconocer su rostro en el de cualquier hombre... comprender que ya no tengo que recrearlo, que una vez fue (más que) suficiente. Esta celulitis es mi campo de fuerza, mi escudo invisible, mi póliza de seguros. Culo gordo = cero posibilidad de que me hagan daño. Si no puedo ponerme un vestido bonito y bailar el rock, ningún depredador malvado tendrá la oportunidad de asaltar esta maravillosa ruina y provocar otro huracán, otro tornado, otro seísmo.
A solas en la cama con Luda, el Mejor Perro Que Jamás Ha Existido + una pizza grande con extra de salchichas y queso = sencillo y seguro. Bella y sexy significa dispuesta a sufrir.
Escucha, superheroína flaca. Dame un momento. Estoy a punto de llegar. Me he apuntado a yoga y tengo aguacates en la nevera. Hoy brilla el sol y tengo trabajo pendiente. Estoy soñando con cien abdominales fáciles y ese precioso top aflores sin tirantes.
Estoy en ello, ¿vale? Dios, eres como un grano en mi enorme culo. Pero te quiero por estar siempre ahí. En espíritu solidario, no en diámetro de cintura. Tu Yo Gordo.
Tal vez ciertas facetas de tu personalidad se expresen de forma arfe inoniosa, serena y cariñosa, mientras que otras se muestran frenéticas y temerosas, Todo el mundo posee atributos diversos entremezclados; pocas personas son totalmente perfectas o del todo imperfectas. Sin embargo, la existencia de facetas imperfectas no implica que éstas sean malas; son simplemente partes tuyas que han sufrido daños. Y lo que te ha perjudicado, de un modo u otro, ha sido el propio miedo.
Para la persona que come en exceso, el alimento representa la zona donde el espíritu del miedo ha infectado el sistema nervioso, como un virus que hubiera embrollado las distintas funciones de un bioordenador y lo hubiera dañado. En otros aspectos de tu vida tal vez seas competente, feliz, o incluso hayas triunfado. No obstante, en lo que concierne a la alimentación —un aspecto fundamental de la vida saludable— es como si los cables del cerebro se te hubieran enredado. Lo pernicioso te parece bueno, y lo saludable, aburrido. Cuando el cerebro registra como sedante algo en realidad dañino o el apetito físico ansia algo que el cuerpo en el fondo no quiere, la confusión generada entre las distintas señales es tan grave que la mente racional por sí sola no puede disiparla.
Nuestra lección de hoy provocará una transformación milagrosa de cierta parte tuya; no mediante un gesto de negación sino de aceptación. Requiere que aprendas a amar a tu Yo No Delgado, pues éste ha nacido del miedo; y el pánico, en tanto que ausencia de amor, no es sino una súplica de cariño. El temor jamás podrá transformar esa expresión de ti misma que constituye la manifestación de tu miedo. Por ende, los milagros sólo se producen en presencia del amor.
Y el camino para transformar una disfuncionalidad pasa por tratarla de manera funcional. En tu caso, la única función auténtica es el amor. Cuando te hayas encomendado al espíritu del amor, cuando hayas dejado que la Mente Divina penetre en las cámaras acorazadas de tu corazón, cuando hayas abierto los ojos a la oscuridad que reina en tu interior y la luz empiece a brillar al fin, el miedo se disipará. Y a medida que el espíritu del temor se diluya en el interior de tu conciencia, el amor te sanará, cuerpo y alma.
Tú eres tú, tanto si te alimentas bien como si comes en exceso. Sin embargo, cuando comes bien, expresas amor hacia ti misma. En cambio, cuando te atiborras, manifiestas miedo. El amor aleja el temor igual que la luz ahuyenta la oscuridad. Las células grasas se desharán para siempre cuando actúe la fuerza del cariño.
Todas las reacciones del Yo No Delgado nacidas del temor sólo servirán para mantener la grasa en su lugar. Si el milagro que andas buscando es acabar de una vez por todas con los kilos de más, la liberación requiere que aprendas a amar todos y cada uno de los aspectos de ti misma, incluido ese yo al que tanto odias.
Por muy contradictorio que parezca, será tu capacidad de amar al Yo No Delgado la que provocará su desaparición. Él no ha pedido estar ahí; no se siente cómodo. Su presencia ha sido requerida por ti, nadie sino tú lo ha invocado. Cuando lo conviertas en un aliado en lugar de considerarlo tu enemigo, quedará eclipsado por tu verdadero ser. Es, literalmente, la expresión de un fantasma, un pensamiento malsano al que tu mente inconsciente ha dado forma. Pero ante el amor, o la realidad última, ese doble no es nada.
¿Nada...? ¿Cómo es posible? ¿Cómo se explica que tu problema sea nada? En esa pregunta radica el secreto de los milagros: el pánico queda reducido a cero ante el poder de Dios. El amor es lo único real porque procede de Dios, mientras que el temor es irreal en último término porque no surge de Él.
En presencia del amor de Dios, los espejismos desaparecen.
Los ojos físicos sólo perciben la realidad material, y ésta no es sino un sueño de la mente mortal. Tu mirada espiritual ampliará tu percepción a la verdad que se extiende más allá del mundo físico. Y tú posees el poder de transformar aquello que veas allende este mundo. A medida que aprendas a atisbar a tu yo perfecto —y comprendas que lo es porque existe en la mente de Dios—, tu mundo mortal comenzará a reflejar idéntica perfección. La clave para la transformación radica en desarrollar la mirada espiritual, porque en cuanto tus ojos reflejen la luz, la oscuridad se disipará.
Tal vez tu problema se manifieste en el plano corporal, pero se resolverá en el espiritual. Aprender a considerar las dificultades en términos espirituales te ayudará a superarlas porque liberará el poder de tu espíritu y le permitirá trabajar a tu favor. Cuando descubras cómo sintonizar tus pensamientos con la verdad espiritual, entrarás en una dimensión donde nada salvo el amor puede tocarte. El miedo se tornará inoperativo y tu compulsión habrá desaparecido.
Por fuerte que sea tu tendencia a comer en exceso, es impotente ante el poder de la Divinidad. Las energías y las experiencias que te llevaron a desarrollar una relación disfuncional con la comida son insignificantes ante la voluntad de Dios. En cuanto reivindiques la totalidad de tu verdadero ser, todo aquello que te limita simplemente se desvanecerá.
La lección de hoy consiste en resolver la relación entre la parte tuya que se alimenta de forma racional y la que come de manera disfuncional. No hablamos de dos entes aislados, sino de dos aspectos de una misma mente. Y no podrás separarlos a la fuerza, sino sólo a base de amor.
Esas dos facetas tuyas se manifiestan como el Yo Delgado y el Yo No Delgado. Son distintas tanto en el plano energético como en el físico. El Yo Delgado es bello al estilo del siglo xxi, por lo que tu mente consciente quiere habitarlo. El Yo No Delgado también es hermoso, aunque de un modo algo anticuado. Ninguna faceta del Yo No Delgado puede considerarse intrínseca u objetivamente carente de atractivo, y es importante que lo comprendas. Tu doble no es fea; es igual a ti, sólo que lleva un abrigo puesto, una prenda que preferirías quitarte.
Considerar feo un aspecto de ti misma supone cometer un abuso hacia tu propio ser, y es probable que reacciones a la herida infligida... digamos que... buscando algo para comer.
Como es evidente, este conflicto te instala en un círculo vicioso de odio y autosabotaje que en ciertos momentos consigues controlar pero que nunca llegas a resolver del todo. Lo que quieres es quitarte el abrigo, no ponerte otro encima.
A lo largo de esta lección, te ayudaremos a reconciliarte con el Yo No Delgado. Ese doble no es tu enemigo, sino sólo una parte tuya no integrada, un aspecto tuyo que pide ser reconocido y escuchado. Cuando aprendas a amarlo adquirirás la capacidad de consolarlo. «Pensaba que si me ponía este abrigo sería lo bastante grande como para que te lijaras en mí», te dice. Y, reconócelo, tiene toda tu atención.
Como es comprensible, albergas sentimientos ambivalentes hacia la idea de entablar una relación consciente con el Yo No Delgado, puesto que temes que, si aceptas esta parte tuya, le estarás dando permiso para quedarse. Tu reacción natural tal vez sea pensar que, si la reconoces, reforzarás su presencia. ¿En qué me puede ayudar acercarme a aquello que más ansio perder de vista? Sin embargo, sólo cuando le hagas un lugar se avendrá a marcharse.
La idea de aceptar una parte de nosotros mismos que a priori rechazamos tal vez suene extraña, pero el Yo No Delgado seguirá contigo en tanto no se sienta escuchado. Tal vez detestes su expresión física, pero sin duda debes atender el mensaje que te trae. Simplemente está aguardando a que lo oigas antes de partir. Una vez que hayas reconocido a esa parte tuya que te has acostumbrado a ignorar, se disolverá en la nada de la que procede. No te dejará hasta que te ames a ti misma. A todo tu ser. Incluido tu doble. Y punto.
¿Acaso un padre ama menos al niño problemático que al obediente? Aceptar al Yo No Delgado no implica consentir su peso; sólo requiere hacerle un lugar. Y al hacerlo, admites la totalidad de tu ser. Como una parte tuya que es, el Yo No Delgado no ansia sino la armonía con el resto de tu persona. Cuando se sienta acogido, se convertirá en aquello que es en realidad. Se fundirá en la configuración de tu yo funcional que, entre otras cosas, habita un cuerpo físico ideal.
Parte de tu conflicto interno se debe a que, si bien tu mente consciente desdeña al Yo No Delgado, tu inconsciente se siente a gusto en él. En el plano inconsciente, tal vez te encuentres más cómoda en un cuerpo grande. Hay algo que tú te permites cuando te manifiestas como tu Yo No Delgado. En ocasiones, éste tiene la sensación de ser el autén-tico.
Conscientemente, piensas que el Yo Delgado es el verdadero y relegas al otro a la categoría de impostor; pero para tu inconsciente, el Yo No Delgado es el auténtico mientras que el otro, un mero usurpador.
Todos ansiamos la experiencia del amor, y tú has acabado por considerar la alimentación como un acto de amor hacia ti misma, aunque comas de un modo que te perjudica. Cuando te das un atracón —algo que, bien lo sabes, está lejos de ser un verdadero acto amoroso, dado que acaba por resultar autodestructivo—, te sientes nutrida en el plano emocional, aunque sólo sea por un instante. Un deseo inconsciente de amor se convierte así en un acto de odio. Si transformas esa dinámica —y aprendes a satisfacer tu necesidad de amor con amor—, dejarás de buscar en la comida algo que no puede darte.
Desarrollarás hábitos nuevos. Cuando estés a punto de llevarte algo a la boca que sepas perjudicial, ya sea en cantidad o en cualidad, te amarás a ti misma demasiado como para consumar el gesto; te detendrás, respirarás profundamente y sentirás cómo el cariño penetra en ti. El amor viajará por tu garganta e impregnará cada célula de tu organismo para sanarlo y devolverlo al orden divino. Este proceso te reducirá literalmente el estómago, porque reconstruirá y reparará tu apetito físico.
Acabas de iniciar una nueva relación con la parte tuya que tenía prohibida la entrada a tu corazón. Pues al impedirle el paso a tu alma, la relegaste a tu cuerpo. Y a menos que ahora la dejes entrar, seguirás afrontando los conflictos como lo vienes haciendo durante años: recurriendo a la comida igual que otras personas acuden a la bebida o a las drogas.
Saber que otras adicciones se pueden guardar en secreto, al menos durante un tiempo, exacerba tu dolor. La tuya no, lo que hace que te detestes aún más, algo que, a su vez, incrementa el conflicto, lo cual te lleva a comer más, con lo que aumentas de peso y tu sufrimiento se acrecienta... hasta que Dios entra en escena.
Esta lección te enseña a crear un vínculo honorable con un aspecto particular de ti misma, el Yo No Delgado, basado no en el rechazo sino en la estima. A medida que entables la relación necesaria para reintegrar una parte tuya de la que no puedes renegar en cualquier caso, te pondrás al mando. Aquello que no se ama no se comprende. Y con algo que no se comprende no se puede negociar.
Aprendiendo a amar al Yo No Delgado, trayéndolo de vuelta a tu círculo de compasión, recuperarás el control de tu vida. El amor aportará armonía a tu reino interior.
Ese aspecto tuyo ha crecido más y más para atraer tu mirada. Está intentando decirte algo. No se marchará a menos que lo aceptes por lo que es. Una vez que se sienta acogido en tu corazón, obedecerá automáticamente a tu deseo de que cambie de apariencia.
En términos metafísicos, llamamos a ese proceso transfiguración. Tu objetivo no es expulsar a una parte tuya sino abrirle paso. En el mismo instante en que se sienta psíquicamente reintegrada en tu espíritu, perderá la necesidad de manifestarse en el plano físico.
Reflexión y oración
Cuando estamos enfadados con alguien, nos cuesta mucho decirle: «Te quiero, te quiero», y ya está, todo queda olvidado. A veces hace Ialta expresar el disgusto antes de poder perdonar al otro. ¿Cómo amar a ese Yo No Delgado cuando en alguna parte de tu corazón le guardas rencor?
El libro Un curso de milagros afirma que los prodigios nacen de la comunicación plena, por ambas partes. No tiene sentido fingir que te va a resultar fácil amar al Yo No Delgado dada la magnitud del dolor, vergüenza, fatiga y odio que te ha infligido. Tal vez, en el plano intelectual, aceptes que no es sino una manifestación de tus propios pensamientos, pero ese tipo de revelación, por sí sola, no lo hará desaparecer.
Por eso, a continuación vas a iniciar un diálogo con tu Yo No Delgado basado en la sinceridad y la transparencia. Una parte tuya se ha disociado del resto. Esa disociación te ha conducido a una profunda distinción, puesto que tu doble actúa contra los intereses del original. Ha llegado la hora de reintegrar la distintas partes de ti misma, con el objeto de poner fin a la batalla que se libra en tu interior. Ha llegado la hora de escribir un par de cartas. Es el momento de hacer las paces.
Después de pedirle a la Mente Divina que te guíe en el proceso, busca un lugar tranquilo. Ahora, visualiza al Yo No Delgado plantado ante ti. Inicia un diálogo con él. Abre el corazón y deja que se despliegue un proceso de comunicación entre esos dos aspectos de ti misma.
Tu tarea consiste en expresar tu verdad... decirle a tu Yo No Delgado cómo te sientes en realidad... tu sensación de que ha arruinado tu felicidad... incluso lo mucho que lo odias, de ser el caso. Incluye frases parecidas a «te odio, sal de mi vida».
Esta carta no tiene que verla nadie más que tú, pero es importante que la redactes. No la escribes con el fin de atacar al Yo No Delgado sino sólo para comunicarte con él... para iniciar un diálogo que te permitirá expresar pensamientos que están ahí y que, de permanecer ignorados, invadirían tu sistema en forma de toxinas.
Aunque el objetivo del ejercicio es poner fin al odio que te inspira el Yo No Delgado, no llegarás a amarlo sin antes reconocer lo que representa. Cuando le hayas manifestado tu verdad y le hayas permitido responder, descubrirás una realidad fundamental: no te está pidiendo comida, sólo te suplica amor.
Al igual que hiciste en el ejercicio de los ladrillos del muro, no tengas prisa en acabar ni te guardes nada dentro. Dile la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad.
A continuación podrás leer la carta que una mujer llamada Beatrice escribió para comunicarse con su Yo No Delgado:
Querida culo gordo: Sé que tus michelines y tus cartucheras no son sino marcas de batalla, huellas de tu trayectoria, de sucesos que quedaban fuera de tu control acaecidos mucho tiempo atrás. La herencia de la niña que vivió cosas malas. Todo eso. La historia. Los acontecimientos. Pero ahora, tú eres el acontecimiento. Él ya no tiene ningún control sobre tu vida, Gordita. La pizza con doble de queso y los nachos ya no son el centro de todo. Tú eres el centro de todo. Celebra el coraje que te presté, yo, tu Ser Delgado, hace mucho tiempo, cuando te levantaste y le escupiste a la cara. Celébralo con sostenes sexys y aquella minifalda impresionante que lleva colgada en el armario desde 1992; celébralo con paseos en bicicleta, escaladas en la montaña y largos en el mar. No abriendo el frigorífico a cada hora con la intención de que el Yo Gordo se sienta mejor en mitad de la noche. Él ya no puede hacerte nada. Te aseguraste de eso hace años. Lo hicimos juntas. ¡Deja el tenedor y disponte a luchar! ¡Renuncia a la hamburguesa con queso y sal a caminar por los preciosos bulevares de Hollywood! Recorre las calles y disfruta de la música, sigue las huellas de Bob Dylan, escucha a Bono y reduce tus caderas! ¡Estoy aquí! ¡Te estoy esperando! Me estoy hartando, Gordita. Los neumáticos son para los coches, no para la cintura. ¿Cómo vas a erguirte orgullosa si te sobran 20 kilos?
¿Cómo vas a aprender a bailar disfrutando del proceso si no aguantas más de dos horas con esos tacones?
No estoy enfadada contigo. Sólo me estoy impacientando. Quiero que vivas la vida en toda su plenitud, sin tener que disculparte a cada paso, con la cabeza alta y una sola barbilla. El guerrero que llevas tanto tiempo buscando está aquí, en tu interior. Yo estoy aquí. Yo soy tú.
Deja que tome el mando. Soy más fuerte de lo que él nunca llegó a ser. Y soy más fuerte que tú.
Di «sí» a los veranos en bikini y a una vida larga y radiante.
Di «no» a la pasta y a los pasteles. O, quizá... sólo un bocado.
Amor, siempre, con talla grande o con la mini, ¡pero vamos allá! Beatrice Baddas, Delgada
Tras haber redactado la carta al Yo No Delgado, deja que te conteste. Pídele que te escriba lo que quiere decirte. Tu inconsciente posee el mensaje que debes escuchar y conoce las imágenes que necesitas ver. Escúchalo con atención, y escribe aquello que encuentres en su interior. Las respuestas están ahí.
Beatrice lo hizo así:
Querida flacucha, Que tej...
No es fácil, querida. Meter 80 kilos en unos téjanos que apenas te puedes abrochar es un reto diario. Ya conozco las respuestas. Estoy pasando un mal momento, ¿vale? Sé que en realidad no soy una elefanta. Dejando aparte este millón de kilos de tristeza y de miedo, tan poco favorecedores, que se acumulan sin piedad en mi culo, caderas y estómago, soy una faquir. De verdad. Una flor de loto suspendida a tres pies del suelo que hace saltos mortales mientras sostiene con gracia facturas-compras-pagos del cochevida. Pero resulta que, por el momento, soy una faquir grande, atascada en el planeta Tierra, pegada al suelo. Las piruetas son un sueño lejano. Pero... te he oído. Sé que él ya no está. Sólo me está costando un minuto (treinta años) darme por enterada, dejar de reconocer su rostro en el de cualquier hombre... comprender que ya no tengo que recrearlo, que una vez fue (más que) suficiente. Esta celulitis es mi campo de fuerza, mi escudo invisible, mi póliza de seguros. Culo gordo = cero posibilidad de que me hagan daño. Si no puedo ponerme un vestido bonito y bailar el rock, ningún depredador malvado tendrá la oportunidad de asaltar esta maravillosa ruina y provocar otro huracán, otro tornado, otro seísmo.
A solas en la cama con Luda, el Mejor Perro Que Jamás Ha Existido + una pizza grande con extra de salchichas y queso = sencillo y seguro. Bella y sexy significa dispuesta a sufrir.
Escucha, superheroína flaca. Dame un momento. Estoy a punto de llegar. Me he apuntado a yoga y tengo aguacates en la nevera. Hoy brilla el sol y tengo trabajo pendiente. Estoy soñando con cien abdominales fáciles y ese precioso top aflores sin tirantes.
Estoy en ello, ¿vale? Dios, eres como un grano en mi enorme culo. Pero te quiero por estar siempre ahí. En espíritu solidario, no en diámetro de cintura. Tu Yo Gordo.
No subestimes el poder de estas cartas. Construir una relación entre el Yo
Delgado y el No Delgado es el principio de la reconciliación con una parte de
ti que pertenece al interior, no al exterior, de tu castillo.
Dios querido:
Te ruego que me perdones
si no he sabido amar
la totalidad de tu creación.
Abre mis ojos para que pueda ver,
aligera mi corazón para que pueda amar,
expande mi mente para que pueda comprender
hasta el último aspecto de mí misma
Sana mi relación
con todo mi ser
,
para que no vuelva a cometer
semejante violencia contra mí misma.
Te ruego que me ayudes, porque yo sola no puedo ganar esta guerra.
Por favor, elévame por encima del campo de batalla
y condúceme a la paz que reina en lo alto.
Gracias, Dios mío.
Amén.
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